Ambulantaje: el peligroso intento de ganarse la vida

Sin más herramienta que su carrito de supermercado, María del Pilar sale todos los días a ganarse la vida

Ambulantaje: el peligroso intento de ganarse la vida

Sin más herramienta que su carrito de supermercado, adornado con un anuncio luminario al estilo Broadway que dice “chalupas”, María del Pilar sale todos los días a ganarse la vida a las calles aledañas al Centro Histórico de la ciudad de Puebla.

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Desde hace nueve años, esta madre soltera encontró en el comercio ambulante la forma de ganarse la vida para sostener económicamente su hogar, el cual conforman sus dos pequeñas hijas y sus papás, que son personas de la tercera edad. Sin embargo, a raíz de la pandemia sanitaria su situación económica se ha agravado drásticamente, puesto que sus ventas te han reducido considerablemente.

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Rodeada de grandes tiendas “de renombre” que venden joyería, trajes para caballeros y elegantes vestidos para dama, Pilar ofrece sus chalupas a los transeúntes con el deseo de que le compren su producto. “Hay mucha gente, pero por la contingencia no compra”, dice.

“Antes llegaba a sacar hasta 300 pesos libres, pero ahora, apenas y me llevo 100. La pandemia nos perjudicó demasiado, pero aun y con eso, seguimos trabajando y llevamos las medidas necesarias como el cubre bocas, el gel anti-bacterial y tratar de no tener aquí a la gente; les decimos que es para llevar para tampoco exponernos nosotros por nuestra familia que tenemos en casa”.

Mientras aviva el fuego del anafre que está en su carrito, Pilar, sonriendo explica cómo sobrevivió el punto más álgido de la pandemia que se vivió en Puebla en el segundo trimestre del año, cuando “nos levantaron casi cuatro meses: abril, mayo, junio y julio, porque estábamos en semáforo rojo”.

Aunque cada mes recibía una despensa por parte del gobierno, el apoyo le era insuficiente para alimentar a su familia, por lo que se vio obligada a buscar otra forma de generar ingresos y atender las necesidades de su hogar, llegando incluso a empaquetar productos en una tienda de autoservicio.

Con la pala en mano, y friendo magistralmente las tortillas en la manteca caliente antes de bañarlas en salsa, recuerda que la opción que halló más viable para sobrevivir los cuatro meses que no pudo laborar en su lugar habitual de la 8 Poniente, salió a vender con su puesto afuera de una panadería ubicada a dos cuadras de su casa.

Son las seis de la tarde y la temperatura en la ciudad de Puebla comienza a descender. Se vuelve imposible caminar por la calle sin chocar de frente con las personas que presurosas buscan llegar a sus destinos; algunos entran y otros salen de las tiendas departamentales. La mayoría finge ignorar los puestos de los ambulantes y busca esquivarlos mientras estos les ofrecen sus productos.

Personal del ayuntamiento exigió a los ambulantes mantener separados los puestos con una distancia mínima de metro y medio para evitar la aglomeración del agente, “para que puedan ir y venir y nosotros pudiéramos trabajar, pero si es algo difícil, por lo menos a mí que me toca la lateral”.

Para Pilar, que hasta antes de la pandemia salía todo el año vender sus chalupas, ahora ve que la gente “viene a comprar rápidamente a las tiendas y no se queda a gastar más de lo que no trae. La gente ya no se acerca, va y viene porque no hay dinero; la contingencia nos afectó a todos”, dice.

Una pareja se acerca, pregunta el precio de la orden de chalupas y convencida pide dos órdenes. Pilar recoge una a una las chalupas con su pala a gran velocidad intercalando una roja y otra verde; con la diestra, muestra la experiencia que ha adquirido con los años de vender de chalupas. Las coloca en un plato de unicel y casi inmediatamente después de entregar la primera orden entrega la segunda. Es la primera que vende en más de una hora.

Han pasado ya casi 12 horas y la jornada de trabajo de Pilar aún no termina. Desde las siete de la mañana Pilar sale de su casa y va al mercado Hidalgo a comprar todo lo necesario para su puesto: tortillas, jitomate, cilantro, chile, ajo, carne de res, carbón y demás cosas. Después lleva su mercancía al local que renta cerca de la calle 5 de Mayo, donde tiene sus herramientas de trabajo. Va a su casa por sus hijas que, para esa hora, terminaron sus clases en línea y las trae consigo.

Inmediatamente comienza a preparar lo que necesita y alista todo para instalar su puesto a un costado de la banqueta: sus salsas, la manteca, platos desechables, servilletas, anafre, carbón y su luminoso anuncio. A las cuatro de la tarde Pilar ya está ofreciendo sus chalupas a todos los transeúntes que circulan en tropel por estas calles, pese a los anuncios de “zona de riesgo de contagio por covid” que instaló el gobierno municipal como medida para inhibir la afluencia de personas y que ha sido completamente ignorada.

Para los ambulantes “no se ha levantado la venta, nada. Por lo regular estas son las fechas donde puede irnos un poco mejor porque mucha gente recibe su aguinaldo o utilidades y viene a gastar, a comprar en el centro, pero la verdad, ahorita no se está viendo el dinero”.

Agregó que esta vida no es muy grata, pues sus hijas le piden pasar más tiempo con la familia, pero la venta es la única opción que tiene para ganarse la vida y proporcionarles los necesario, principalmente “una educación para que ellas tengan mejores opciones”.

Le digo a mis hijas que si quieren una vida normal tienen que estudiar mucho, estudiar una carrera -profesional- para que tengan un trabajo diferente al de nosotros. Las personas que tienen una vida así descansan días festivos, trabajan sus ocho horas, tienen buenos sueldos y el estudio es la única herencia que les puedo dejar a mis hijas para que tengan un futuro. Eso dice Pilar. Eso anuncian en la tele. Pero la verdad es que no es cierto.

En los años que lleva como ambulante, María del Pilar y su familia se han olvidado de disfrutar fechas como el 15 de septiembre, el 24 de diciembre o Año Nuevo, ni Día de Reyes Magos porque se dedica a trabajar. Para nosotros –explica-, esos días en que la gente sale a pasear con su familia son días de venta, donde aprovechamos para trabajar y ganar un peso porque tenemos la necesidad.

En contraste al resto de la ciudadanía, “los días que podemos pasarla en familia es cuando no nos dejan trabajar, por ejemplo, ahora los domingos que el ayuntamiento no nos deja instalarnos, aprovechamos para convivir con la familia, porque los demás días, nos la pasamos en la lucha diaria porque nos dejen trabajar”.

Con las calles de Puebla iluminadas solamente por las lámparas de la vía pública, las luces de las grandes tiendas y los anuncios de algunos ambulantes, los denominados, comerciantes informales, continúan invitando a los peatones a consumir sus productos porque “todos tenemos derecho a trabajar. Mucha gente nos lo ha dicho, cuando a nosotros nos llegan a levantar también afectan a la gente que nos compra. La gente viene y nos consume porque cuidamos al cliente, tratamos de no afectar a las tiendas al no obstruirles el paso, ni sus exhibidores y tratamos de meter otras cosas que ellos no venden”.

Sin más abrigo que su mandil y el calor que emana del carbón que arde en el anafre, la señora Pilar sigue sonriendo y con ánimo afirma que se dedica al comercio ambulante por la necesidad de un trabajo.

“Aquí no ganamos mucho, pero buscamos darles a nuestros hijos una vivienda, una comida, educación, lo que necesitan, pero es difícil porque, incluso el gobierno, no nos deja trabajar y tampoco nos da opciones de un empleo donde ganemos un salario que nos alcance para una vida digna”.

Adrián Salazar

aj

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