Todo en medio del silencio de Morena, del presidente, del gobernador de Guerrero. Un silencio en el que la única voz, la de víctima, fue acallada
El 2 de enero de 2017 la unidad de atención temprana de la Fiscalía General del Estado de Guerrero recibió a una persona de sexo femenino cuya identidad quedó reservada bajo las iniciales J.D.G. Iba a presentar una denuncia por violación en contra del hoy senador de Morena, y entonces director de La Jornada Guerrero, Félix Salgado Macedonio.
Lee Prensa: AMLO, igualito a PeñaEntre los anexos que J.D.G. entregó había un escrito de seis fojas, fechado el 28 de diciembre de 2016, una foto donde aparecía “una persona del sexo femenino desnuda, quien se observa acostada en una cama”, diez fotografías de “una persona del sexo femenino con lesiones en el cuerpo” y siete fotos de la misma persona con lesiones en la espalda. Había también una conversación de Facebook y varios estudios clínicos.
Se abrió la carpeta 1203027010000202011. Los hechos que contiene el documento son un descenso a los sótanos.
De acuerdo con la denuncia, la abogada J.D.G. solicitaba fondos para una fundación de defensa animal, a las afueras de Gran Plaza Acapulco, cuando pasó Félix Salgado Macedonio. Le ofreció apoyo, le pidió que fuera a verlo a las oficinas del periódico, y cuando esto ocurrió, la invitó a formar parte de este. El 8 de enero de 2014, J.D.G. fue contratada para trabajar en el diario.
Se lee en las páginas de la denuncia que el 19 de mayo de 2016, Salgado la mandó llamar: “tenía perritos y gatitos para darnos en donación”, así como comida para los perros. Al día siguiente, “el ingeniero” la citó en el Fraccionamiento Las Playas: le dijo que iban a estar ahí unos familiares y una trabajadora de nombre Paty.
El ingeniero, como llamaban a Salgado en el diario, sabía que el esposo de J.D.G. se hallaba de viaje. Aún así le dijo que lo llevara para que la ayudara a transportar el donativo. Ella entendió más tarde que le había dicho aquello para darle confianza. Paty, la trabajadora, le informó que Salgado no estaba, pero que había pedido que lo esperara y que le había dicho que le gustaba mucho la cocacola. Le ofreció una. No estaban los familiares. No había nadie en el domicilio. J.D.G. sintió “algo raro” al dar el primer sorbo. Pensó que el refresco era de otra marca, o se le había ido el gas. Pero tenía sed. Casi se acabó el vaso.
Según declaró ante el ministerio público, dos minutos más tarde sintió un fuerte mareo y oyó la voz de Salgado Macedonio. Alcanzó a decir que se sentía mal, y no supo más. Despertó en una habitación, acostada en una cama, con la ropa desabrochada y líquido escurriendo de la vagina. Comenzó a llorar. Le preguntó a Salgado qué le había hecho. Él se rió y contestó: “Todo va a estar bien, chiquita”.
Se lee en la carpeta que J.D.G. salió corriendo de ahí, sin su bolso, y llevando solo su celular, que traía guardado en un bolsillo del pantalón. Cuando llegó a su casa, recibió una llamada de Salgado Macedonio. “Que tenía que ir [al periódico] porque si no me iba a arrepentir”, “además de que quería hablar y darme mi bolso”. Ella se negó.
Él le envió entonces una fotografía por WhatsApp: J.D.G. se vio completamente desnuda sobre la cama. Salgado le dijo que tenía muchas más, que se las iba a dar, que estaba arrepentido.
Cuando ella entró a su oficina, él cerró la puerta y la quiso besar. Le mostró las fotos y dos videos: “Uno en el que se ve que se unta algo en el pene y después me lo introduce, otro donde me voltea…”. Ella no supo qué hacer. Salgado agregó: “Tengo más. Quiero que vayas mañana a la casa. Allá te los voy a dar, te lo prometo, pero si no vas se los voy a mandar a tu esposo… y te voy a publicar en redes”.
J.D.G. acudió al domicilio al día siguiente. Paty, la empleada, le dijo: “Ya sabía yo que no te le ibas a ir viva”. Salgado Macedonio estaba en la habitación de arriba. La hizo subir. “Saliste bien en la película —le dijo—, pero la verdad no me gustó porque no te movías”.
No solo no le entregó las imágenes. Le propinó una golpiza con un cinturón, la derribó y la violó “en repetidas ocasiones”.
La abogada fue despedida con la amenaza de que no le convenía decir nada: “Soy un hombre muy poderoso”.
Ella no se atrevió a decirle nada a su esposo. Quedó bajo del dominio de Salgado. Si se negaba a ir a verlo cuando él lo ordenaba —se lee en la carpeta—, la golpeaba y amenazaba con dar a conocer las imágenes. Le decía “que yo ya era de él y que a él no le hacían nada por el poder que tiene”.
Siete meses más tarde, J.D.G. le confío los hechos a su esposo. Estudios clínicos confirmaron el contagio de una enfermedad de transmisión sexual. Salgado Macedonio fue acusado por violación, abuso, hostigamiento y amenazas.
El exfiscal de Guerrero, Xavier Olea, reveló que la carpeta había sido debidamente integrada y estaba a punto de ser judicializada. Según él, en ese momento recibió la instrucción, se entiende que del gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, de congelar la investigación.
Así que Olea admite públicamente que tuvo por acreditado un hecho delictivo y no aplicó el derecho en favor de una víctima. ¿Dónde quedó la autonomía de la institución ministerial que encabezó? ¿No incurrió en responsabilidad penal y administrativa? ¿Y qué tiene que decir sobre esto quien hoy ostenta el cargo, el fiscal Jorge Zuriel? ¿La carpeta contra Salgado Macedonio no debe ser judicializada? ¿El senador debe o no ser desaforado?
Como si nada ocurriera, Salgado le tendió ayer la mano al otro contendiente de Morena, Amílcar Sandoval y lo llamó a la unidad para ganar Guerrero. Todo en medio del silencio de Morena, del presidente, del gobernador de Guerrero. Un silencio en el que la única voz, la de víctima, fue acallada por instrucciones superiores, según confiesa el exfiscal Olea.
Columna de Héctor De Mauleón
El Universal
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