Los golpes constitucionales consumados en la vana idea de que serán eternos, casi siempre provienen de un impulso irracional y derivan en el error
Los golpes constitucionales consumados en la vana idea de que serán eternos, casi siempre provienen de un impulso irracional y derivan en el error. No pocas veces resultan bastante fugaces. Son excesivamente costosos política, económica, social y temporalmente. Y siempre son reversibles.
Lee Un grupo armado más en MéxicoEsto se da, especialmente, cuando las políticas públicas no son consistentes y benéficas para la población, y se soslayan herramientas fundamentales de la democracia, como el diálogo y el consenso. Llegar al poder, así sea por una amplísima mayoría, implica y obliga a consultar, escuchar y acordar, lo cual sólo es posible si se tiene conciencia de que la soberanía, depositaria de la voluntad general y potestad de todos los ciudadanos, es delegada en el gobernante de manera temporal para que, con base en sus acciones y decisiones, procure siempre el mayor bienestar para sus gobernados.
Ninguna mayoría electoral ni legislativa, en ningún lugar, faculta en ningún momento a quien conduce un Estado, a hacer su arbitrio, voluntad o capricho. Asumir el poder en esas circunstancias, es quizá lo que más debe impulsarlo moralmente a actuar con modestia, sensibilidad y disposición a tomar en cuenta el parecer de los demás. “…la opinión pública es la fuerza radical que en las sociedades humanas produce el fenómeno de mandar; es cosa tan antigua y perenne como el hombre mismo (…) es la gravitación universal de la historia política”, escribe José Ortega y Gasset.
En la Rebelión de las masas recuerda que Talleyrand dijo a Napoleón: “Con las bayonetas, sire, se puede hacer todo, menos una cosa: sentarse sobre ellas”. Porque mandar —subraya el filósofo español— no es gesto de arrebatar el poder, sino tranquilo ejercicio de él (…) mandar es sentarse. (…) el Estado es, en definitiva, el estado de la opinión: una situación de equilibrio, de estática.
Los juristas suelen decir que después de Dios sólo está la Constitución por el poder, los objetivos y el espíritu que encarna y porque uno y otra contienen y tienden a hacer esencialmente el bien. Y si eso es lo primordial, debería considerarse que las reformas que se hagan hoy, si no tienden a ese fin, se pueden revertir mañana.
La evidencia está en las de Peña Nieto y en las de Donald Trump, que están siendo desmanteladas. La única manera de que perduren es que miren a la procuración del bien común, lo que se reflejará en el consenso que tengan al ser discutidas, no en la capacidad para imponerlas ora por lealtad, ora por corrupción. Si se quiere la gobernabilidad en México; es decir, el equilibro entre demandas sociales y respuestas gubernamentales, y se la respalda con la gobernanza —que es la sinergia de funciones y facultades del aparato estatal en un clima de armonía y concordia—, diálogo y respeto, habrá paz, bienestar y progreso.
Columna de Óscar Mario Beteta
El Universal
Foto: Archivoe
cdch
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