El ocho de marzo podría ser un antes y un después en la historia de este sexenio. La rabia de las mujeres es legítima y…
La valla metálica para aislar a Palacio Nacional de la plaza pública es una imagen inquietante, por decir lo menos. Los pies de foto con los que la estampa circula en redes sociales son implacables, a pesar de que aún se trata de espacios vacíos. Serán todavía más severos cuando las fotos incluyan a oleadas de mujeres de un lado y granaderos del otro, el próximo lunes. Un cuadro que habrá de circular con terribles etiquetas políticas que en nada benefician a quien gusta tanto fundirse con el pueblo y rechaza cualquier medida de protección que lo impida.
Lee 2020, el segundo año más caliente de la historia: OMMDesde luego hay paliativos que buscan matizar los calificativos de represor y autoritario con los que los críticos incriminan al presidente Andrés Manuel López Obrador. La valla buscaría justamente evitar una confrontación física y estaría destinada a prevenir cualquier riesgo de un acto violento o represivo. Esencialmente se trata de una medida defensiva que intentaría, además, impedir el previsible daño patrimonial a la fachada de un símbolo patrio.
Quizá, pero eso no quita que en ningún escenario, el líder de Morena se había imaginado atrincherarse para evitar ser alcanzado por una movilización popular. En ese sentido, la pregunta no es ¿por qué se puso una valla?, sino encontrar los motivos que descompusieron las relaciones entre el presidente y la causas de las mujeres, al grado de considerar que una pared de metal para aislarse era un mal menor que evitaba un mal mayor. Es decir, el tema de fondo es indagar por qué estamos hablando de males (mayores o menores) en la relación entre un grupo que legítimamente hace un reclamo social y el presidente que representa a los mexicanos agraviados.
Lo peor de todo este desaguisado es que era absolutamente innecesario. Se puede entender que las propuestas de cambio de la 4T, que afecta a los intereses creados, particularmente de las élites enriquecidas con malas prácticas, conducen a la confrontación. No digo que tal confrontación sea indispensable, pero es evidente que existe una razón material para explicarla. No es el caso de las feministas; no había una agenda en el programa de AMLO que llevase per se a un encontronazo con las reivindicaciones de las mujeres. En todo caso era lo opuesto. Los programas sociales impulsados por la 4T privilegian los apoyos a las madres de familia en muchos sentidos.
López Obrador ciertamente no hizo suyas las banderas de los grupos feministas, radicalizadas por el alarmante crecimiento de los feminicidios. Pero tampoco había en su programa algo que las agraviara o las confrontara. Por lo menos no antes del explícito apoyo del presidente a la candidatura al gobierno de Guerrero de Félix Salgado Macedonio, presunto violador y acosador de mujeres.
La relación comenzó a agriarse hace un año; lo de Salgado no es sino el último episodio. Y en eso el presidente tiene toda la responsabilidad. Arrancó con las reservas expresadas por López Obrador a la convocatoria de un día sin mujeres, en marzo pasado, algo que la propia Beatriz Gutiérrez, esposa del mandatario, apoyó inicialmente (posteriormente se retractaría). Las objeciones expresadas por López Obrador en las mañaneras desencadenaron un efecto político que en última instancia arribaría a lo que hoy vivimos. Alertados por la posibilidad de una abolladura a la popularidad del presidente, la oposición olió la oportunidad y se introdujo de cabeza en el tema para asegurarse de convertirlo en una confrontación. Los Claudio X. González y las Margarita Zavalas se reinventaron como adalides en contra del feminicidio con una pasión que se les desconocía. López Obrador cayó en el garlito y a partir de ese momento dominó en su ánimo la presencia de sus odiados adversarios en el movimiento, con lo cual las cartas estaban echadas. AMLO entiende que al margen de los provocadores y la utilización política del movimiento hay causas legitimas en su seno, pero una y otra vez se ha dejado dominar por la irritación. Se trata pues, de un desencuentro alimentado por la obstinación y azuzado por la oposición. Pero no solo eso.
En parte es así, pero también habría que reconocer que hay algo en AMLO que le lleva a desestimar la agenda feminista. ¿Es López Obrador un misógino? No, no lo creo. Desde luego, posee una visión tradicional de la familia, a ratos romantizada, fruto de su propio origen y circunstancia. Pero en su comportamiento hacia las mujeres se ha caracterizado por una actitud respetuosa. Sensible a la injusticia, entiende que son doblemente víctimas del sistema.
Pero si bien no es un misógino, López Obrador es un ser político obsesionado por el sueño de mejorar la terrible situación en la que se encuentran los pobres. Es tal la miseria de tantos mexicanos que, reconociendo otras urgencias (de las mujeres, de los pueblos originarios, del medio ambiente), ninguna le parece tan prioritaria. Sin decirlo, actúa como si la atención que se presta a todas estas reivindicaciones distraen o compiten con el objetivo moral y político impostergable de hacer algo por los pobres. Le cuesta trabajo entender que las propias feministas no comprendan que al mejorar la condición social de los que viven en la miseria, en la que las mujeres llevan la peor parte, está haciendo lo más útil en beneficio de ellas. Y, por su parte, las feministas no pueden entender que López Obrador no se dé cuenta de que los feminicidios son una tragedia inadmisible, sus causas son distintas a las de la mera desigualdad social y exigen medidas de otra índole que el solo combate a la pobreza. Lo demás no es más que desencuentros verbales en crescendo, hasta alcanzar el incordio y la confrontación.
El resultado es que hoy muchas mujeres ven en el presidente a un adversario a su causa, y este lunes lo demostrarán pese a la valla y para beneplácito de los adversarios de la 4T. ¿Era necesario? No; López Obrador pudo haber sido empático con todo lo relativo a este tema e incluso haberse mostrado sensible, al menos verbalmente, frente a lo que es una injusticia evidente. En otras ocasiones he mencionado que AMLO es el mejor recurso para el logro de sus banderas pero también puede ser el peor de sus enemigos, cuando su verbo termina actuando en contra de sus propios intereses. El ocho de marzo podría ser un antes y un después en la historia de este sexenio. La rabia de las mujeres es legítima y como toda rabia pasará facturas. Por imprudencia o tozudez AMLO escogió ser quien las pague.
Columna de Jorge Zepeda Patterson
Sinembago
Foto: Especial
cdch
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