La primera mitad del sexenio de Andrés Manuel López Obrador deja clara su preocupación primordial de realizar una transformación profunda de la manera de vivir de todos los mexicanos, en la que la atención a los sectores más empobrecidos ocupa su prioridad.
Lee Senadores poblanos firman carta con partido ultraderechista VoxDistribuir poder de compra a través de programas sociales y mantener controlada la inflación han sido las armas elementales. Con ello se marcó un statu quo al deterioro del nivel de vida que se acentuaba desde mucho antes. El precio fue un estancamiento de crecimiento. Además, la irrupción de la pandemia a principios de 2020 vino a resquebrajar cualquier posibilidad de remedio a la caída vertical que se produjo.
Si bien todos los países, sin excepción, padecieron el mismo fenómeno, sus reacciones fueron distintas y en varios casos, como los europeos y Estados Unidos, sus gobiernos buscaron instrumentos de respaldo a las personas y a las empresas para mitigar los efectos de condiciones generales de recesión agudizadas por la pandemia.
En lo referente a lo económico, nuestra caída en producción y empleo fue sensible, aunque en lo referente al comercio exterior los daños no fueron tan graves debido a que la fortaleza del mercado norteamericano, que absorbe más del ochenta por ciento de nuestras exportaciones. El grueso de éstas se ha concentrado en las de las grandes empresas industriales internacionales y las ventas agrícolas de frutas y legumbres.
Dentro de las exportaciones industriales, el bajo contenido de insumos y componentes nacionales fue un facto continuo. Hubo carencia de una política de apoyo financiero a la producción, particularmente de las pymes, que constituyen la inmensa mayoría de las plantas industriales del país y que mucho sufrieron por la recesión y la pandemia, lo que impidió que éstas pudieran ya no aumentar el porcentaje de composición nacional, sino ni siquiera salir de su recesión.
Los requisitos de composición “regional” que estipula el T-MEC son un elemento que facilitará fortalecer el rendimiento de las exportaciones nacionales en términos de empleo.
Una lección que dejan los tres años trascurridos de esta administración es realizar una vigorosa inyección financiera de capital de trabajo a las industrias nacionales. Hacerlo inteligentemente, utilizando los fondos internacionales, sería constitucionalmente aceptable. Ésta sería una buena inversión como centro del programa de la revitalización económica.
De seguir la línea política actual de no apoyar la producción y por ende promover la creación de empleo, continuaremos confirmando nuestra dependencia en las actividades extranjeras.
La distribución del subsidio a la pobreza es una política positiva, no así la insistencia en los grandes proyectos icónicos, discutibles y controvertidos y de crecientes costos presupuestales. Habría sido más juicioso distribuir su importe en tareas de capacitación y nuevas producciones agrícolas e industriales.
La lucha contra la desigualdad socioeconómica ha sido insuficiente. Hay tiempo en los tres años que faltan para redirigir las políticas completando faltantes.
En el curso de los tres años transcurridos, es patente que el gobierno mexicano ha aceptado serios compromisos con Estados Unidos en el marco del propósito de consolidar su hegemonía y consecuente rivalidad frente a China.
En este sentido, es de máxima importancia que en los tres años que vienen López Obrador emprenda vigorosas decisiones para consolidar la fuerza económica de México, unificando la comunidad nacional en lugar de insistir en dividirla en bandos contrarios. La integración de intereses que se ha ido remachando a través de los acuerdos norteamericanos no deben significar la absorción de nuestra personalidad como país ni perder nuestra cultura ni nuestras aspiraciones nacionales.
En realidad, ésta sería no sólo la transformación de México, sino su verdadero rescate.
Columna de Julio Faesler
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