Motel Chapultepec

Con la siembra de arboledas, el inventor del subsidio al comercio inauguró también la filantropía sexual

Motel Chapultepec

Chapultepec ha sido escenario de gestas heroicas grabadas con letras de oro en el panteón nacional, pero también de furtivos romances a la intemperie que la memoria colectiva debería atesorar con el mismo fervor patriótico. Desde tiempos inmemoriales, las parejas tendidas a la sombra de los ahuehuetes han encontrado ahí un sucedáneo de intimidad, a falta de viviendas u hoteles donde pecar a solas. Todavía en la actualidad, las parejas de novios que se van de pinta entre semana suelen buscar los más recónditos parajes del bosque, donde, para beneplácito de los mirones, se entregan a escarceos que pueden culminar en el orgasmo o en la delegación. Sus faltas a la moral contribuyen a preservar una venerable tradición amenazada, pero nunca destruida por la vigilancia policiaca.

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Se ha vuelto un lugar común decir que Chapultepec es el pulmón de la capital, pero a la luz de la experiencia histórica podríamos asignarle también funciones propias de los órganos genitales. En los anales de los mexicas no hay registros de impudicias en el bosque, pero podemos apostar que las hubo, pues en aquellos felices tiempos anteriores a la moral judeocristiana, los indios no se escandalizaban por las cópulas al aire libre, ni siquiera por los actos contra natura. Con una mezcla de repulsión y morbo, Bernal Díaz del Castillo refiere que en su peregrinaje a Tenochtitlan los españoles encontraban por doquier a parejas de indios no binarios retozando alegremente detrás de las nopaleras. Lo mismo hacían, sin duda, los conquistadores sodomitas (entre ellos o con los indios), pero Bernal sólo veía la paja en la tilma ajena, y no la viga en la bragueta propia. Si el vicio nefando gozaba de tal permisividad en las culturas nativas, es lógico suponer que las parejas bugas se tomaban iguales o mayores licencias en sus vagabundeos por Chapultepec.

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Junto con los españoles llegó la fiscalización del cuerpo y a partir de entonces, el dedo acusador de la autoridad señaló a los profanadores del bosque. De 1624 a 1739, el Ayuntamento de la ciudad celebró la llegada de cada nuevo virrey con grandes bacanales que tenían su epicentro en Chapultepec. El pulque corría a raudales y como los tumultos provocaban arrimones, la promiscuidad entre el follaje indignaba a las buenas familias. José Ignacio Rubio Mañé reproduce en el primer tomo de El virreinato la cédula real en que Felipe V suprimió los agasajos a los virreyes en Chapultepec, “habida cuenta de los graves daños que se siguen a la causa cristiana y pública, por haber contiguo al palacio de Chapultepec un bosque muy fragoso, con extraviadas sendas, donde son muchos los pecados que se cometen”.

Desde entonces era evidente que los aficionados al revolcón agreste no cometían actos de exhibicionismo por gusto, sino por falta de techo. Pero el paso del tiempo no alivió sus carencias y en vez de hacerles justicia, la revolución hecha gobierno encontró la manera de extorsionarlos. Si en tiempos de la colonia el sexo en Chapultepec era gratuito, bajo la dictadura del PRI la tira le puso precio. En la comedia musical Rentas congeladas, estrenada en 1961, Sergio Magaña exhibió el modus operandi de los policías que regenteaban los rincones más acogedores del bosque, cobrando derecho de piso a las parejitas. La tarifa incluía un servicio adicional: echar aguas a los tórtolos si acaso rondaba por ahí un paseante despistado. Como la congelación de rentas en casas y departamentos había vuelto incosteable la construcción de edificios, la vivienda escaseaba y muchos novios aplazaban largo tiempo la fecha de sus bodas. Pero no podían posponer sus ganas y mientras encontraban donde vivir se tenían que mochar con los vigilantes del bosque. La obra de Magaña muestra, pues, la doble cara del viejo populismo: por un lado, el gobierno se paraba el cuello presumiendo el bajo costo de los alquileres y por el otro, los guardianes del orden regenteaban los recodos umbríos del bosque. Los más codiciados atraían a tal número de parejas que era preciso hacer cola mientras se desocupaban.

Por supuesto, el esplendor en la hierba también ejerce una poderosa fascinación para la gente sin problemas de alojamiento, y tal vez algunos nobles prehispánicos no fueron ajenos a esa comunión con la madre tierra. Nezahualcóyotl contribuyó en gran medida a erotizar el bosque de Chapultepec, al sembrarlo de ahuehuetes en tiempos del primer Moctezuma. Con ello buscaba garantizar el abasto de agua a Tenochtitlan, pero un rey tan dadivoso, que en Texcoco mandaba comprar las mercancías de los comerciantes cuando no las vendían, no pudo haber pasado por alto la necesidad popular de sombra y cobijo para las lides de Tlazoltéotl. Con la siembra de arboledas, el inventor del subsidio al comercio inauguró también la filantropía sexual.

Columna con Pelos y Señales de Enrique Serna en Milenio

Ilustración Luis M. Morales

clh

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