Tras las fiestas patrias sigue la cruda política, donde se advierten acciones y omisiones de la clase dirigente que hablan de una terrible confusión y de una cierta pérdida del rumbo
Tras las fiestas, la cruda. Y, en la resaca, aparte del vértigo, una cierta confusión en torno al sentido, el rumbo y la dirección de algunas acciones y omisiones de los actores políticos.
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Tras las elecciones de junio y pese a la pérdida de la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, el Ejecutivo se reunió con el Consejo Mexicano de Negocios. ¿El propósito? Limar asperezas y pedirles confianza para impulsar tres reformas constitucionales más y concluir el marco jurídico de la pretendida transformación nacional.
Aquello fue el 10 de junio y, en esa ocasión, el mandatario precisó que esas iniciativas incidirían en el sector eléctrico, el régimen electoral y la Guardia Nacional (incorporándola a la Secretaría de la Defensa). El solo anuncio desató un debate sin materia, donde –con absoluta pasión y nula idea– porra y contra porra fijaron postura ante la nada.
A casi cuatro meses del anuncio y a un mes de inicio el periodo legislativo, ningún proyecto de reforma se ha presentado y, en cuanto a la electoral, el coordinador de los diputados de Morena, Ignacio Mier, ya dejó entrever que probablemente se vaya hasta finales del año entrante.
¿Cuál es el sentido de anunciar proyectos sin presentarlos? ¿De darle un palo al avispero, cuando el panal tiene más hiel que miel?
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Desde Vicente Fox, las candidaturas presidenciales se construyen cuando menos con tres años de anticipación, así el guanajuatense escogió a Acción Nacional para postularse y no el partido a él.
Felipe Calderón tomó la alternativa en junio de 2004 tras el regaño de su jefe, justamente Fox, por precipitar el juego sucesorio, y dejó la Secretaría de Energía, firme en el ánimo de lanzarse al ruedo. Enrique Peña inició su campaña desde la gubernatura del Estado de México, apoyando la aspiración de algunos correligionarios por ocupar esta o aquella gubernatura y, a partir de ese respaldo, se posicionó en la plataforma de su propia ambición. Y, en cuanto al propio Andrés Manuel López Obrador, ni caso mencionar desde cuándo arrancó su campaña.
Más claro ni el agua y menos ahora que el propio presidente de la República precipitó entre los suyos el juego sucesorio. Aun así, la oposición camina a paso lento: no logra traducir su alianza electoral en política en el Congreso; dice qué no quiere, pero ni siquiera balbucea qué sí quiere; explora con desgano si va junta a las elecciones estatales del año entrante; y se muestra incapaz de perfilar y preparar a uno o varios cuadros rumbo a la elección presidencial.
¿No debería tomar nota la oposición de la hora y la dirección del viento?
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Más allá del lema “abrazos, no balazos”, amoroso blindaje del supuesto afán de desterrar el crimen desde su raíz social, dos ejemplares de ese clan han agraviado a la sociedad y al Estado, al tiempo de burlarse del gobierno: Nemesio Oseguera, presunto jefe del Cartel Jalisco Nueva Generación y Ovidio Guzmán, supuesto miembro del directorio del Cartel de Sinaloa.
El primero tuvo la osadía de atentar en plena capital de la República contra el secretario de Seguridad del gobierno local, Omar García Harfuch; someter a largo y sostenido castigo a la región de Tierra Caliente, en Michoacán; y, vía interpósito subalterno, amenazar a la periodista Azucena Uresti. El segundo se convirtió, hace casi dos años, en ícono del más fuerte descalabro de las Fuerzas Armadas. Tras capturarlo en Culiacán lo dejaron en libertad, temiendo que la capacidad de fuego de sus huestes desatara una matanza de inocentes, durante el traslado.
Se puede debatir si la captura de capos es o no la estrategia indicada para desmantelar cárteles, pero no si se debe dejar impunes a quienes atentan contra el Estado y se burlan del gobierno. Tal inacción sugiere que, a diferencia de otras personas, con ellos sí hay perdón y olvido. ¿Por qué?
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A lo mejor por la manía presidencial de hacer encargos sin importar el cargo ni la función, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, quien da muestra de capacidad política operativa, tuvo su primer tropiezo.
¿En calidad de qué convocó a los precandidatos presidenciales de Morena, Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal? Si fue por iniciativa propia, menudo error. Si acató instrucciones, debió advertir que él lleva la política interior del país, no la del partido en el poder.
So pretexto de tratar asuntos legislativos metropolitanos, se quiso justificar el encuentro. Empero, es difícil de creer ese cuento porque no asistieron los demás gobernadores de las entidades que integran la zona metropolitana y porque el senador Monreal no tuvo empacho en aclarar que se habló de unidad de cara a la sucesión presidencial.
Desde esa perspectiva, Adán Augusto López no tiene autoridad sobre la jefa del gobierno capitalino ni sobre el coordinador parlamentario de Morena en el Senado para tratar asuntos de partido desde el gobierno. ¿Dónde está y cuál es el encargo del dirigente Mario Delgado?
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Con motivo de las fiestas patrias y ante los invitados extranjeros, asistentes o inasistentes, el presidente López Obrador tuvo una expresión interesante. En relación con el pasado y la política exterior, dijo: “Aunque no olvidamos, sostenemos que es el tiempo del perdón y del respeto mutuo.”
Antes de estas celebraciones, un socorrido postulado presidencial era que la mejor política exterior era la interior. Ahora, quizá debería invertir la fórmula: proclamar que la mejor política interior es la exterior porque es el tiempo del perdón y del respeto mutuo.
Si no sintoniza la política interior y la exterior, prevalecerá –como en el pasado– el divorcio entre ellas.
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Tras las fiestas patrias viene la cruda política, y más vale curarse cuanto antes.
Columna Sobreaviso de René Delgado en El Financiero
Fotografía archivoe
clh
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