El pekin duck de Lozoya, cortesía de la FGR

Eran las 19:38 horas de este sábado 9 de octubre cuando me hablaron para decirme que Emilio Lozoya Austin estaba en tremendo ambigú en el Hunan, de las Lomas de Chapultepec

El pekin duck de Lozoya, cortesía de la FGR

Eran las 19:38 horas de este sábado 9 de octubre cuando me hablaron para decirme que Emilio Lozoya Austin estaba en tremendo ambigú en el Hunan, de las Lomas de Chapultepec. No lo podía creer. Y no lo podía creer por dos razones: quién se atrevería ir a un restaurante cuando enfrenta un publicitado proceso penal por haber recibido, por presuntos actos de corrupción con Odebrecht, más de 10 millones de dólares en sobornos; y porque el propio Lozoya ha declarado ante el juez 52° de lo Civil en la Ciudad de México que no podía acudir a una “prueba confesional” en la demanda que le he interpuesto, por daño moral, pues él alega que “se encuentra arraigado en su domicilio, con motivo de una orden y/o investigación”.

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Francamente me parecía increíble que Lozoya se hubiera atrevido. El saberse impune y que ninguna autoridad le hará algo le da el valor de presentarse en público, con la soberbia y cinismo que siempre lo ha caracterizado. Pues déjenme decirles que apenas el pasado 10 de septiembre fue a decirle a un juez del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, de manera formal, que la FGR lo tenía arraigado, arrestado, en su domicilio. Pero que, por otro lado, un comensal del Hunan me dijese que tenía enfrente a quien, falsa y dolosamente, me acusó de recibir una bolsa Chanel. Así pues, no podía quedarme con la duda y fui en persona a atestiguar lo que una fuente me decía por WhatsApp.

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Salí del domicilio donde estaba, en Cofre de Perote, en las Lomas, y tomando Paseo de las Palmas me dirigí al restaurante. El corazón me latía a mil, temblaba. Vería por fin a mi verdugo, a quien por hacer mi trabajo ha machado mi nombre. Llegué minutos antes de las 20:00 horas, me puse mi tapabocas, recibí el boleto del valet parking y entré. La señorita que te recibe no estaba, pero me interceptó unos pasos después.

-Buenas noches, señora. ¿Ya la esperan?

-Sí, vengo con Lozoya-, respondí. Ella se fue a checar la lista, yo recorrí con la mirada el salón principal, entrando a mano izquierda y nada. Otra persona, ahora un hombre, me dijo: -¿a quién busca?

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-A Lozoya, pero no lo veo, seguro está en la terraza-, contesté y comencé a caminar. Sudaba, las manos me temblaban, pero preparé mi celular para tomarle las fotos. Mi abogada, Jovita Coello, a quien le hablé de camino, me recomendó que se viera la hora y la fecha para que sirvieran como pruebas.

Entré y, efectivamente, Emilio Lozoya estaba en tremenda fiesta, departiendo, ligando y comiendo el afamado pekin duck de la cocina cantonesa china. Casi de inmediato lo reconocí, aunque estuviera de espaldas a la entrada, y sin perder el tiempo les tomé cuatro fotos.

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Lozoya voltea, me ve y, mientras yo le digo: “Tienes brazalete, ¿no estás arraigado?”, él grita: “Camarero” (habrá creído que estaba en Madrid o en Málaga?) para que lo rescatara de las imágenes de mi celular.

Acto seguido, me di la vuelta y me salí. Mientras el valet del lugar traía mi coche, no pude más y me desplomé en las escaleras del restaurante. Lozoya ha destrozado la vida a muchos y ahí estaba, gozando la buena vida que le dan sus millones.

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La difamación

En mi caso, me trató de presentar como alguien que recibía regalos caros, que vendía información y de paso quiso hacerme pasar como una “conquista” de su archienemigo político, Luis Videgaray, al que también denunció. Mi pecado fue haber escrito de las frivolidades y la corrupción de Lozoya en Pemex. Y él se quiso vengar de todo aquel con quien tenía agravios.

Luego de su falaz acusación perdí mi trabajo en Radiópolis y he venido demandando una disculpa pública de él en tribunales desde el 31 de agosto de 2020. Y su mentira cada día se ha evidenciado, pues donde dijo que compró la bolsa no existía la tienda y ya lo demostré en tribunales.

Aunque me ha agraviado como mujer y como periodista, tengo que reconocer que soy, de sus “denunciados”, la que ha pagado el menor de los costos.

Muchos otros de esta denuncia enfrentan ya procesos penales como Ricardo Anaya, algunos ya en la cárcel como Jorge Luis Lavalle. Otros han tenido que dejar México, como Carlos Treviño, todo ello para saciar las vendettas de Lozoya y con pruebas inexistentes. Claro, a la FGR el caso le ha servido para atacar a varios enemigos políticos de la 4T. Pero no hay justicia. Sólo vendettas.

Pero la frivolidad con que se mueve Lozoya, su impunidad para no regresar recursos obtenidos de manera indebida, le han subido el costo a la FGR. Una dependencia que el Presidente ofreció que fuera autónoma y se ha puesto a las órdenes de las causas más ruines.

Yo no voy dejar el tema en paz, ni a Lozoya, hasta que a mí y a mi hija nos ofrezca una disculpa pública. Soy madre soltera y lo único que le voy a heredar a mi hija es un buen nombre. Este encumbrado exfuncionario, que ha traicionado todo lo que la vida le ha puesto enfrente, me buscó y me encontró. Por cierto, mentir a un juez para engañarlo y tratar de ganar ventaja procesal es delito de “fraude procesal”, y lo voy a denunciar.

Ahhhhh, y para los que quieran saber quiénes fueron con quien Lozoya departió el pekin duck, fueron: Eduardo Molina, Lore Guerra Autrey, la “festejada”, y Doris Beckmann, sí, la hermana de Juan Domingo, cabeza de Tequila Cuervo. Por cierto, ella es quien le daba la mano mientras a Lozoya sólo se le ocurría pedirle ayuda y esconderse tras el “camarero”. Penoso. Muy penoso incidente para el país al poner en evidencia la ausencia de una elemental procuración de justicia.

Agradezco a todos los internautas y a todos los medios de comunicación que retomaron las fotografías y la historia. Al ejercer el periodismo con profesionalismo estamos obligados a develar éstos y otros excesos.

Columna Sobremesa de Lourdes Mendoza en El Financiero

Fotografía twitter Lourdes Mendoza

clh

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