Falso, todo falso

El problema de no usar bien el poder que te dan 30 millones de votos es que pasarán muchos años antes de que alguien vuelva a obtener ese nivel de confianza

Falso, todo falso

Ver cómo corren y actúan los grandes nombres de la política nacional, aquéllos que forman parte del gobierno, del Senado, del partido que actualmente está en el poder o que son cercanos al presidente de la República, es algo un tanto enternecedor. Entre actuaciones y luchas, estos servidores y funcionarios públicos están dando un espectáculo que –en el mejor de los casos y siendo amable– podría equipararse con una guerra de mentiras, pero que –en el peor escenario y siendo un poco más objetivo–, en realidad, se asemeja más a una especie de guerra de videojuego. Todos ellos piden lo mismo: piso parejo. Y lo hacen alzando la mirada hacia las nubes esperando que alguien –que todos sabemos quién es– establezca una dinámica de condiciones iguales y en la que todos tengan las mismas posibilidades. No obstante, pese a las renuncias de los años 2000 y 2006, pese a la designación de Claudia Sheinbaum como jefa de la Ciudad de México y a pesar de todo lo vivido, seguimos esperando que –en algún lugar en el algún sitio– aparezca un ente que determine lo que sucederá. Alguien que, actuando democráticamente, establezca quién es el candidato ideal para sustituir –si es que fuera sustituible– al presidente Andrés Manuel López Obrador.

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En primer lugar, me llama la atención que todos quieran jugar un juego en el que –siendo optimistas– sólo tendrán la oportunidad de participar bajo las reglas y los intereses que le convengan al Presidente en ese momento. En segundo lugar, me gusta mucho y me parece tierno que todos eleven su mirada a los cielos, a los dioses y pidan democracia. Sin embargo, olvidan que la democracia es un conjunto de medidas, de leyes, de reglas y de situaciones en las que se pactan unas determinadas reglas del juego para competir y –bajo igualdad de condiciones– buscar que gane el mejor.

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En Morena la palabra “encuesta” es un término maldito. Primero, porque las encuestas –como ya todos sabemos– son sólo el producto de un momento emocional. Segundo, porque en cualquier caso resulta más fácil controlar una encuesta que una primaria. Tercero, porque al final del día no queremos, ni podemos, ponernos de acuerdo para –si es que fuera posible– plantear un programa o una agenda alternativa a la desarrollada por el presidente mexicano durante su intento de consolidar la cuarta transformación.

Nadie habla de programas porque está prohibido y porque no hay más programa que el establecido por la 4T. Decir lo contrario sería como decir que Dios no es lo mismo que Alá o que Mahoma no fue un profeta. Nadie puede plantear nada de manera indefinida, todo tiene que ser referido al primer elemento del proceso que consiste en cómo nos elegirán para que podamos competir y aspirar a ser candidatos a la presidencia de México. Pero de los contenidos, de lo que ofrecemos, de la autocrítica, del sentido de mejorar lo que existe y rectificar lo que haya salido mal, de eso no es posible emitir palabra ni acción alguna. Hacerlo no sólo sería un acto de irreverencia política, sino que se estaría cometiendo todo un sacrilegio político.

Es tierno pensar y ver cómo hombres y mujeres que sobrepasan los 50 y los 60 años se siguen comportando como si fueran niños de ocho años. Al final del día pareciera que, además de estar esperando a que las reglas del juego sean determinadas y a que todos partan desde el mismo sitio, estuvieran definiendo cuáles son sus verdaderas capacidades y qué es lo que realmente tienen para ofrecer tanto al país como a su partido. Al escuchar las declaraciones de Ricardo Monreal, de Marcelo Ebrard e incluso las no declaraciones de Claudia Sheinbaum y viéndolos a todos ir de un sitio a otro, me resulta difícil no imaginar que todo esto es una especie de simulación y de ensayo general en el que tienen que estar sumamente atentos, ya que, si cometen sacrilegio o irreverencia, podrán ser eliminados por el mismo proceso de selección. Sin embargo, si para algo el país no está listo ni podrá seguir soportando por más tiempo es una lucha interna más que no hará otra cosa que fragmentar una sociedad profundamente dividida.

Realmente en esta ocasión estamos enfrentados ante una situación inédita, ya que no sólo es que no baste con reinventar la historia o con destruir los partidos que forjaron la historia. También se trata de demostrar que tres años antes de llegar al momento de elegir, se puede poner a jugar en la cuerda floja a todos sin que nadie reclame. En este punto es en el que nos encontramos. Está claro quiénes son los contendientes. Está claro lo que piden y lo que el jefe supremo les pide. Lo que no está claro es si aquello que tienen para ofrecer será suficiente para obtener el honor máximo. Pero al final del día, todo es un juego. Y en todo juego, siempre está la posibilidad de ganarlo todo o, por el contrario, quedar en la carrera del olvido. Al final del día la humanidad siempre recuerda a los vencedores, los demás son únicamente personajes que se quedan olvidados en el baúl de los recuerdos.

En Morena –si es que en realidad existe como algo más que un ideal– reina el silencio. La encuesta sigue siendo la gran guillotina de selección nacional. En una campaña para determinar quién será el candidato a la presidencia, que pareciera durar un siglo y que inicia tres años antes de la contienda, me surge la duda: ¿a qué o, más bien, por qué participan los candidatos? Tal vez, ¿porque no tienen otra solución? O probablemente se deba a que hemos llegado a tal punto de monopolio del poder que o te enseñas y verdaderamente muestras que sigues existiendo o sencillamente serás aplastado por las normas que día a día y mañana tras mañana se dicten según lo que desee el jefe supremo.

Contar con 30 millones de votos que te soporten te da una especie de poder ilimitado. Nunca antes un político mexicano había podido experimentar algo igual o similar. El problema es que si no se usa bien ese poder, tenga por seguro, querido lector, pasarán muchos años –tal vez décadas– antes de que alguien vuelva a obtener ese nivel de confianza en forma de cantidad de votos.

Yo soy creyente y confieso que haré todo para poder seguir creyendo. Yo me creí la oportunidad histórica que supuestamente iniciaría a partir del primero de julio de 2018. Yo pensé que, después del Movimiento de Regeneración y la actualización moral del país, habría un partido sólido y con futuro. Yo fui de los que creyó que viviríamos en un mundo en el que el Presidente entendería que la única manera de ejercer efectivamente el cargo es dejando que exista un gobierno. Yo creí que, con esa fuerza, con esa resolución y con esa autoridad moral –que sin duda alguna tenía el candidato López Obrador– la historia sería diferente. Incluso supuse que habría una visión sobre el año 2024 más prometedora. No quiero preguntarme en voz alta –ni que usted lo haga– dónde está el partido, dónde está el gobierno o dónde están las reglas. No quiero hacerlo porque lo único que es claro es que mañana por la mañana, cuando salga el Sol, habrá una mañanera que sustituirá a todos y a todo.

Columna Año Cero de Antonio Navolon en El Financiero

Fotografía archivom

clh

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