El pueblo pone, el pueblo quita

¿A quién le sirve el ruido de una estatua derribada y no tener que hablar, por ejemplo, del gasolinazo v. 2022? Los temas candentes no son de piedra, son de carne y hueso; tienen nombre y apellidos

El pueblo pone, el pueblo quita
Look up, what he’s really trying to say
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Is get your head out of your ass

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Listen to the goddamn qualified scientists

We really fucked it up, fucked it up this time

It's so close, I can feel the heat big time

And you can act like everything is alright

But this is probably happening in real time

Celebrate or cry or pray, whatever it takes

To get you through the mess we made

'Cause tomorrow may never come

Ariana Grande, Just Look Up’ ARIANA GRANDE, JUST LOOK UP

Tiene razón López Obrador: ya no es tiempo de erigir estatuas de políticos y representantes sociales varios. Hace mucho tiempo que ya no es tiempo de eso. El pueblo las pone y siempre, tarde que temprano, el pueblo las quita.

En la extinta Unión Soviética, hoy Rusia y demás repúblicas que la conformaban, aquellos enormes monumentos alabando a Stalin fueron tirados sin ningún remordimiento. Hasta se celebraba el hecho.

Otras estatuas han caído o han sido mutiladas desde tiempos ancestrales, las del antiguo Egipto, por ejemplo, donde algunos nuevos faraones trituraban los nombres grabados en piedra de los anteriores gobernantes, como si eso bastara para borrar su recuerdo y su herencia.

A la muerte de Franco en España, los ciudadanos se deshicieron de sus esculturas y las calles que llevaban su nombre fueron rebautizadas. En Irak tiraron en su momento las estatuas de Saddam Hussein, los videos de estos hechos dieron la vuelta al mundo; mismo en Estados Unidos hace pocos meses quitaron la de Robert E. Lee, general confederado quien defendió la esclavitud en la Guerra de Secesión de aquel país. Hasta figuras de dioses han sido removidas de sus pedestales (en cualquier latitud del mundo, en cualquier época).

No, ya no es tiempo de estatuas de figuras históricas y líderes políticos. En México, la estatua de Cristóbal Colón fue quitada de Paseo de la Reforma; ahora duerme ‘el sueño de los justos’ en alguna bodega. ¿Su falta? Haberse topado con el continente americano (nunca pisó suelo de lo que ahora es México, eso sí) mientras buscaba Asia. Le fue peor a la escultura que iba a suplantarlo: ni siquiera llegó a colocarse… La estatua de una mujer indígena que mandaron a hacer y que rápidamente nos pareció un bodrio, comenzando por los propios pueblos indígenas. El asunto demostró que poner una estatua no necesariamente significa un reconocimiento a las culturas originarias; en este caso más bien era pretexto para deshacerse de otra estatua…

Hace pocos días se supo que el exalcalde morenista del municipio de Atlacomulco en el Estado de México —localidad considerada bastión del priismo—, mandó alzar una escultura representación de López Obrador (bastante fea también, por cierto). Las cábalas no se hicieron esperar y unos leyeron este hecho como la capitulación adelantada de la entidad a Morena y unos más como una coba —nada barata— del representante popular al inquilino de Palacio.

Como sea, no duró mucho en su pedestal, para Año Nuevo la estatua había sido derribada. No es el primer presidente cuya efigie corre esa suerte. Desde los emperadores Agustín de Iturbide y Maximiliano de Habsburgo; pasando por Santa Anna, Porfirio Díaz y Vicente Fox, sus egregias figuras fueron destrozadas por un puñado de personas quienes fueron gobernados por ellos. Ya casi nadie recuerda la gigantesca estatua ecuestre de López Portillo en una de las entradas a Monterrey.

El tirar estatuas tiene mucho de repudio, más que de vandalismo; en el acto hay una intención de mostrar rechazo hacia el gobernante, aunque en mi opinión tirarlas resulta tan fanático como construirlas…

Ambos aspectos catárticos, pero con un costo elevado, tanto en términos económicos como en el de ahondar diferencias sociales.

No se olvide que el tabasqueño ha sido el primero en decir que no quiere monumentos, ni calles, ni escuelas u hospitales erigidos en su nombre. Pero eso poco ha importado a los morenistas serviles quienes consideran que con una estatua se olvidará lo mal que manejaron el municipio.

Luego de eso, el tirar su estatua desató otro tipo de polémicas: que si se trataba de vandalismo, que si era el repudio a su gestión, que si significaba un posible ‘tenga para que aprenda’, dado que se le imitó a la 4T aquello de quitar estatuas. Y es que al lopezobradorismo le encantan los símbolos y este no tiene parangón: una estatua descabezada es una alegoría perfecta de un gobierno sin cabeza; solo faltó quitarle los pies…

Pero ahí no terminó la cosa. Lo más ridículo fue el bulo que circularon con toda una intención de golpeteo político: la versión de que Felipe Calderón está detrás del acto de haberla derribado.

No sabemos si esto fue perpetrado por una persona o por un grupo, pero al igual que hay muchos ciudadanos que volverían a votar por López Obrador como presidente (basta darse una vuelta por su altísimo nivel de aprobación), hay muchos ciudadanos que están cansados de su gobierno, especialmente de no recibir respuestas ni mejoras en materia de política pública. Cualquiera de ellos pudo mostrar su enojo tirando la estatua.

Mi lectura del asunto, sin embargo, es otra: no sería la primera vez que este gobierno realiza actos para autovictimizarse. Y para mí que eso es exactamente lo que pasó. Ahora, por supuesto, ya salieron los “defensores” de AMLO; tan zalameros como el comentario expresado por de Miguel Torruco (diputado por Morena e hijo del actual secretario de Turismo): “Podrán tirar la estatua de Atlacomulco en la oscuridad de la madrugada, pero jamás tirarán los cimientos constitucionales de la cuarta transformación. Tampoco podrán tirar el respaldo del pueblo hacia el presidente AMLO, ni la reforma eléctrica y electoral que estamos por probar”.

Tan solo hablar de “cimientos constitucionales” muestra una ignorancia absoluta. También reitera el desconocimiento a la petición del propio primer mandatario de no poner esculturas de su persona. Pero aquí lo peor: se rasga las vestiduras por una escultura en el fondo absolutamente insustancial, pero guarda sepulcral silencio ante el desabasto de medicinas, guarderías cerradas, mujeres asesinadas (¡10.4 al día!) o la ola de violencia que no cesa (un asesinado ocurrido cada 14 minutos).

Mas preguntémonos honestamente, si se trata de responder a las preguntas ¿a quién convino tirar la estatua y dejarla descabezada?, ¿a quién le sirve el ruido de una estatua derribada y no tener que hablar del gasolinazo v. 2022?, ¿a quién le sirve para ignorar los temas acuciantes y lamerse las “heridas” de piedra? La respuesta es una sola: a López Obrador.

Victimizar al modelo es tan ruin como el haberse quedado callados ante el derrumbe de la Línea 12 del Metro. Clamar por “justicia” es tan hipócrita como no decir nada de los muertos producto de una desaseada lucha contra el covid o el ingente aumento en mexicanos pobres. Aplaudir que se tiró es tan inútil como decir que eso ayuda a la oposición, cuando el hecho no hace más que mejorar el de por sí alto elevado rating de AMLO.

El pueblo pone y el pueblo quita... Dar valor de más a temas baladíes mientras que lo que en verdad debiera importarle tanto a gobierno como oposición, pasa de largo.

Los temas candentes no son de piedra, son de carne y hueso; tienen nombre y apellidos.

Columna de Verónica Malo Guzmán en SDP Noticias

Foto SDP

clh

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