Se atribuye a Carlos Slim la frase dirigida a sus colegas empresarios “tranquilos, no se alboroten, aguanten… es un presidente de transición”, refiriéndose, obviamente, a Andrés Manuel López Obrador (recogida en columnas financieras, entre otras la de Darío Celis). Como en tantos otros temas la filosofía práctica del hombre más rico de México no anda errada. No solo se trata de un diagnóstico certero, sino también de un posible punto de partida para construir una estrategia a seguir.
Lee AMLO, defensor de lo indefendiblePrimero lo del diagnóstico. Slim no dice, “tranquilos, se trata de un paréntesis” o “aguanten a que las aguas regresen a su cauce y vuelvan a ser como antes”. No, él habla y con razón de una transición; es decir, de que nos encontramos en camino a algo diferente a lo que había antes de la llegada del gobierno de la 4T.
Y es que el obradorismo llegó para quedarse, como reiteradamente se ha razonado en este espacio. Sea porque el populismo de izquierda es el viento que recorre América Latina, sea porque el descontento de las mayorías pauperizadas ya encontró el camino de las urnas o sea simplemente porque López Obrador ganó desde Palacio las batallas políticas que tenía que ganar y redujo a la oposición a una lastimosa incapacidad. Probablemente una mezcla de todas ellas, aunque esto último, me parece, tiene mayor peso.
El gobierno de López Obrador es de “transición” entre otras razones porque el siguiente gobierno será obradorista. Hay muchas incertidumbres en la vida de México, pero esa no es una de ellas. Morena seguirá ganando elecciones como se mostró en los comicios territoriales del año pasado y, todo indica, se mostrará en los de 2022. En total siete gubernaturas estarán en disputa antes de que termine el sexenio y en cinco de ellas se considera que el obradorismo tiene el triunfo asegurado, pero bien podrían ser las siete. Actualmente gobierna en 17 entidades federativas y podría terminar controlando 23 o 24 (del total de 32 que existen en el país). Y como dirían los navegantes portugueses “y si más mar hubiese, más lejos habríamos llegado”. Es decir, Morena no terminará pintando de guinda la geografía nacional este sexenio simplemente porque el cambio en las otras entidades no está en el calendario electoral. Con esta inercia y a la vista del desdibujamiento de la oposición, es peregrino considerar cualquier otro desenlace que no sea el triunfo de un candidato oficial en 2024. Una conclusión que no resulta de poner en juego las propias empatías o antipatías, sino del análisis de la correlación de fuerzas.
Si este es el diagnóstico, caben dos estrategias posibles para aquellos que están nerviosos con el obradorismo que hoy tenemos (los empresarios a los que Slim dirige su frase, por ejemplo). Primera, la oposición frontal. Si bien no hay manera de vencer a Morena en la elección presidencial, hay forma de acotar su triunfo en las cámaras para, entre otras cosas, obligar al siguiente mandatario a negociar los cambios constitucionales que pretenda. Adicionalmente, los actores políticos de oposición pueden dar la batalla, como lo han estado haciendo, para detener u obstaculizar con acciones jurídicas y otros recursos políticos el avance de reformas de la 4T que consideran adversas a su visión de país. En suma, se trataría de una tarea que si bien busca objetivos modestos, pueden atenuar sus propias pérdidas o matizar los triunfos del partido en el poder.
Pero cabe otra estrategia a la que probablemente Slim se esté refiriendo sin decirlo (la interpretación es mía, no de él). Si no se puede contra el obradorismo, cabe la posibilidad de no enfrentársele, sino ponerse en condiciones de modificarlo o mejorarlo. Si el gobierno de la 4T constituye una transición y una modalidad de ella continuará en el inmediato futuro, en lugar de combatirlo bien podrían estar atentos a incidir sobre él en las coyunturas propicias.
Quizá no hay mucho espacio en los dos años “efectivos” que le quedan a AMLO (en 2024 el principal interlocutor ya no es el presidente, sino el candidato). Supongo que de allí el llamado a la paciencia por parte de Slim. El estilo del actual presidente es combativo, polarizante y sobrepolitizado; apegado estrictamente a sus fobias y filias, y muy cargado del sentimiento de indignación y de rabia de las mayorías inconformes con el sistema. En ese sentido, ha sido un luchador, más que un estadista, dedicado a abrirse camino a codazos y empeñones en busca de una ruta diferente. No consiguió mucho en lo económico y lo social, por circunstancias cuyo relato escapa a los límites de este artículo, pero en términos políticos sentó las bases para un proyecto transexenal.
Su sucesor enfrentará un panorama diferente. Sobre el sendero abierto a machetazos podrá aplanar, cimentar y decorar lo que quedó en obra negra. Las mayorías habrían aclamado al presidente que por primera vez habló en su nombre y expresó sus agravios y resentimiento, pero el que siga tendrá que ofrecer más que eso: empleos y bienestar. Y para ello necesitará activar a las fuerzas del mercado.
Eso ofrece un terreno propicio para impulsar, desde adentro y desde afuera, un obradorismo de segunda generación. Uno que sin traicionar las banderas del fundador sea capaz de actualizarlas de cara a los retos que presenta el siglo 21. Uno que esté menos empeñado en hacer visibles los reclamos y más en encontrar vías para involucrar a los responsables en resolverlos.
Me parece que cualquiera de los candidatos por el cual el obradorismo se decante, habrá crecido en circunstancias políticas e históricas distintas a las del precursor del movimiento. A diferencia de AMLO, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard o Adán López han pasado más tiempo siendo funcionarios públicos que luchadores de oposición. Eso los convertiría en un presidente distinto, sobre todo porque la tarea más ruda, la confrontación y solidificación política, ya habría sido hecha.
“Si no puedes con tu enemigo, únete a él”, decían los clásicos y efectivamente no han podido con él.
Columna Pensándolo Bien de Jorge Zepeda Patterson en Milenio
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