Gobernadores de cuarta… y de quinta

En 1988 el presidente de la República heredó un país donde todos los gobernadores eran de su partido. Así fue el sistema político mexicano hasta entonces. Un año después el PRI perdió Baja California, pero la mazorca de gubernaturas priistas se desgranaría a un ritmo muy lento.

En 1999 el último presidente priista de la era sin alternancias compartía el poder con una veintena de gobernadores de su partido. En dos sexenios el PRI perdería una docena de gubernaturas, o poco más de un tercio. Merma, sin embargo, muy relativa, pues al asumir en 2000 el primer mandatario panista tenía de su lado ocho gubernaturas blanquiazules.

El PAN nunca tendría una decena de estados en los siguientes 12 años. Eso explica, al menos en parte, su debilidad en Los Pinos entre 2000 y 2012. También influyó, por supuesto, la fragmentada composición del Congreso, sin mayoría absoluta para el partido presidencial desde 1997 hasta 2018.

Los dos titulares del Ejecutivo federal de origen blanquiazul enfrentaron a un muro tricolor, reforzado por gobiernos perredistas en entidades nada menores, como Ciudad de México o Michoacán.

Ese dique de gobernadores tricolores sirvió de trampolín a un priista para regresar a Los Pinos en 2012.

Sin embargo, la mazorca tricolor se desgranaría desde el arranque de esa presidencia y, hasta hoy, sin retorno: cada elección termina con menos ejecutivos estatales. El último presidente priista dejó Los Pinos con un país con menos de la mitad de gobernadores de su partido.

En 2018 el nuevo presidente de la República llegó al poder con cinco lopezobradoristas que también ganaron sus entidades ese año. Pero ese puñado se ha convertido, en tiempo récord, en un bloque de 22 mandatarios estatales. Y en junio los momios dicen que Morena podría sumar al menos una entidad más, y una nada menor: la más poblada.

El partido del Presidente ya tiene más gubernaturas que el PRI en su último año de reinado ininterrumpido. Y el tabasqueño no tiene pudor en usarlos en pronunciamientos emitidos en cualquier coyuntura, para la movilización de sus iniciativas –como la revocación– o para mandar la señal de que ellos son suyos, son los de cuarta, y que hay otros: de quinta.

La mañana del miércoles, cuando todo mundo especulaba sobre la salud del presidente López Obrador, las y los mandatarios estatales de Morena y afines se reunieron con funcionarios federales en Palacio Nacional.

Según se ha informado, la reunión estaba programada con antelación al padecimiento que provocó la ausencia de AMLO, y antier se dijo que habrá una nueva reunión, con los mandatarios de otros partidos: los de quinta.

Aceptar desde los estados, y desde los partidos, esa división implica asumir, dar carácter de normalidad democrática, la perniciosa pulsión de titular del Ejecutivo federal de hacer distingos entre gobernantes afines y de otras ideologías.

No se trata de meras formalidades. Cada entidad es una parte de la República, cada gobernadora o gobernador representa a un grupo de mexicanos. Cada estado –libre y soberano– tiene el derecho de ser tomado en cuenta en igualdad de circunstancias que los demás.

Se trataron temas de seguridad en la reunión, dicen. ¿O sea que puede hablarse de la violencia en Zacatecas, Michoacán, Nayarit y Colima (todos de Morena) sin hablar al mismo tiempo con Jalisco (MC), en medio de todos esos estados y con su propia dinámica de seguridad? Y lo mismo con Aguascalientes o Guanajuato (PAN), por hablar de esa zona. No tiene sentido. Ni justificación.

¿Y a los que trataron como de quinta no levantan la voz para protestar?

Columna La Feria de Salvador Camarena en El Financiero

Fotografía Especial El Financiero

clh