Derroche de las corcholatas

¿Primero los pobres?, no, primero obtener la candidatura; la austeridad y la lucha contra la corrupción es para otras cosas

Derroche de las corcholatas

El gasto en imagen como método para ganar en las preferencias y obtener el triunfo en las encuestas, que han desplegado las corcholatas tras su loca y desenfrenada aspiración por ganar hacia la candidatura presidencial, se parece al procedimiento que en antaño se empleaba en las escuelas para los concursos entre quienes se disputaban el título de reina de la primavera o de la generación x, para lo cual se vendían boletos; recuérdese que ganaba el equipo que hubiese protagonizado la campaña más exitosa en la colocación de boletaje a favor de su candidata.

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El símil viene a colación pues, en ambos casos, el fondo es un asunto de dinero. La disponibilidad monetaria para garantizar la venta-compra de boletos aseguraba el éxito con el tema de las reinas de la secundaria; ahora la contratación de espectaculares es la medida que se emplea para lograr el mayor índice de popularidad y para obtener el índice más alto en las mediciones de las encuestas para elegir a la persona que sea nominada a la candidatura presidencial por parte del partido en el gobierno.

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¿Primero los pobres?, no. Primero obtener la candidatura; la austeridad y la lucha contra la corrupción es para otras cosas, pues son medios retóricos o demagógicos para construir una imagen de sensibilidad y de compromiso social, aunque después sean los hechos quienes la descalifiquen. No son primero los pobres, pues antes que todo es ganar el poder a toda costa; es decir cueste lo que cueste.

Los cálculos que se hacen para estimar el dinero empleado por las corcholatas para la contratación de espectaculares resulta más que ofensivo y muestra una gran opacidad respecto del origen de tales fondos; si procede de ahorros privados, no parece haber indicios de ello en las respectivas declaratorias patrimoniales y de bienes que reportaron quienes realizan los contratos de publicidad; si no es así, cabría preguntar como lo hacía el compositor pregonero de la cultura popular en el sureste ¿quién pompó?

Si el dinero no procede del pecunio personal y tampoco responde al monto que canalizó el partido Morena a quienes abanderan la tarea de recorrer el país en torno de la causa de tal fuerza política, entonces ¿cuál es su origen?, ¿qué compromisos conlleva y qué eticidad formula? ¿Acaso es una fórmula para privatizar la política?, pues supone que alguien financia y que ese acto se realiza en torno a intereses privados que se pretenden garantizar por parte de “donadores filántropos” que se escudan en esa coraza, pero que en realidad defienden sus negocios a través de la política. Es decir, es una forma de conquistar (por no decir comprar) a quienes serán “sus” representantes políticos.

Las corcholatas dilapidan recursos y en ese desenfado dejan ver sus ambiciones irrefrenables.

Son corcholatas ricas si se miden a través del gasto que realizan; son corcholatas frívolas pues no reparan en los medios que usan para obtener sus fines. Son corcholatas que han sido toleradas en su despilfarro; que han ensayado lucir sonrisas y sencillez llana, pero que se sustentan en el alto dispendio, en el poder económico, en la fuerza logística, en el despliegue de sus imágenes con las fotos mejor logradas y con los mensajes más patéticos como el de aquel que presume ser el más cercano del presidente.

El circo de las corcholatas parece una pasarela de presunciones y de torpezas, de reclamos velados que se formulan entre sí las propias corcholatas -a veces no tan velados-; de recorridos huecos y hueros, de visitas que parecen de corte turístico, de reuniones que descansan en sus activistas y movilizadores y, de nueva cuenta, en el gasto subrepticio.

La corcholatiza se muestra derrotada o con una mística extraviada, lo que podría ser irrelevante si es que no se tratara de detonar, a través del proceso donde son protagonistas, la elección de una candidatura que pretende encabezar los esfuerzos del país, acreditar la valides de sus causas, llamar a la crítica y fundar su llamado en el ejemplo. Las corcholatas tienen láminas que se oxidan; además han perdido el corcho que las haría flotar en medio de aguas turbulentas y así sortear con éxito los temporales.

Los viejos concursos que se basaban en la venta de boletos para ganar un reinado, por insulso que fuera, se mostraban con mayor legitimidad e intensidad que los que tienen lugar con la participación de corcholatas que son exhibidas a través de espectaculares sumamente costosos; entonces exhibidores que las confrontan en el comparativo de sus fotografías retocadas, sus sonrisas, sus mensajes sin mensaje y en el descaro de sus ansias por comprar presencia, a la manera de como antes se vendían y compraban los boletos de la reina de la primavera.

Ahí están las corcholatas en espectaculares que cuestan mucho y que no obstante los contratan sin reparar en gastos ¿primero los pobres?

El derroche de las corcholatas, derrocha su lastimada legitimidad.

Columna de Samuel Palma en SDP Noticias

Foto Especial

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