La Constitución mexicana tiene 80% de las palabras de Cien años de soledad

No sé si se aprobarán las reformas de AMLO. Algunas sin duda. Espero que la presidenta Sheinbaum sepa aterrizarlas sin generar excesivos sobresaltos. No estamos ya para las emociones fuertes

La Constitución mexicana tiene 80% de las palabras de Cien años de soledad

Leí en el Centro Virtual Cervantes que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, se compone de 381 mil 104 palabras, de las cuales 22 mil 939 son distintas entre sí.

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En otro lado supe que Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, tiene 144 mil 523 palabras. No encontré el dato de cuántas son distintas, pero este número debe ser elevado.

Consultando la página de internet del Senado me enteré de que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos tenía, en 2018, 111 mil 783 palabras. Poco menos del 80% de la obra de García Márquez. ¿Cuántas distintas entre sí? Este último dato no lo sé, pero me atrevo a decir que los constitucionalistas mexicanos desde 1917 no han usado más de 5 mil palabras diferentes: el lenguaje burocrático es limitadísimo y repetitivo.

A diferencia del Quijote y de Cien años de soledad, nuestra Constitución es un texto aburrido y sin duda cacofónico. ¿Habrá algún jurista que lo dude?

De las más de 111 mil 783 palabras de la Constitución, alrededor de 1 mil 400 corresponden al artículo 89, uno de los más reformados por nuestros presidentes. Y más o menos 2 mil 600 palabras son las del artículo tercero, menos reformado pero mucho más largo.

Destaco tales artículos porque son importantes. El tercero es el más relevante de todos: “Toda persona tiene derecho a la educación”. El problema es que cada presidente lo ha cambiado como se le ha pegado la gana y el sistema educativo sigue siendo un desastre. Ojalá ya empiece verdaderamente a mejorar.

El artículo 89 tiene que ver con “las facultades y obligaciones del presidente”. ¿Por qué lo han modificado tanto los gobernantes? ¿Será porque siempre buscan más facultades y menos obligaciones?

Hace rato, en Milenio, leí un escrito de Blanca Heredia. Esta mujer ha desarrollado argumentos interesantes para expresar su descontento ante las iniciativas recientes de AMLO, con las que el presidente pretende reformar otros 20 artículos constitucionales. Otros, es verdad, porque desde su llegada a Palacio Nacional ya logró que se reformaran 62. El de Heredia es el enésimo texto sobre el tema en los diarios mexicanos. Esto me motivó a redactar mi propia reflexión.

Parecen muchas, y lo son, 62 reformas a la Constitución. Pero inclusive si el presidente López Obrador consiguiera sumar 20, se quedaría corto comparado con las reformas de los dos sexenios anteriores: Enrique Peña Nieto, 156 artículos reformados; Felipe Calderón, 110 artículos reformados.

Un día pregunté a un destacado estudioso del derecho cuál es la función de un tribunal constitucional. Me respondió con un párrafo tomado de algún sitio español: “Garantizar la supremacía de la Constitución y su acatamiento por parte de todos los poderes públicos”. Añadió: “Es lo mismo en México”.

Le hice una segunda pregunta: “¿Y si la Constitución cambia”. Segunda respuesta: “El tribunal constitucional deberá entonces garantizar la supremacía de la Constitución en los términos en que haya sido adecuadamente modificada”.

De los y las integrantes del tribunal constitucional de México —la Suprema Corte de Justicia de la Nación— no todos ni todas estuvieron ahí el pasado sexenio, el de Peña Nieto. Pero la mayoría de ellos y ellas, poco más del 54%, se mantienen en sus cargos. El 36% de los ministros están en la corte suprema desde el periodo de Calderón.

Doy los datos anteriores porque en el llamado periodo neoliberal se reformaron 496 artículos constitucionales, obviamente algunos de ellos varias veces. Solo seis presidentes hicieron más del 67% de los cambios a nuestra Constitución desde el año 1917.

En menos de cuatro décadas seis presidentes neoliberales cambiaron totalmente a México con casi 500 reformas a la Constitución. Hablo de:

Miguel de la Madrid. Carlos Salinas. Ernesto Zedillo. Vicente Fox. Felipe Calderón. Enrique Peña Nieto.

En todo ese tiempo se construyó un nuevo país, que quisiera simplificar de la siguiente manera:

Poco nacionalista. Economía con escasa participación del Estado. Legislación privatizadora. Un esquema comercial casi totalmente enfocado a la libre empresa. Un sistema que ha sido competitivo solo por su mano de obra barata, lo que se tradujo en prácticamente cero innovaciones tecnológicas de relevancia. Una obsesión por el comercio internacional sin restricciones.

Poca gente se quejó en los medios por el abuso en lo relacionado con las reformas a la Constitución de seis presidentes. A mí no me molestaron. Todo lo contrario, educado en los dogmas de la economía neoliberal las aplaudí. Ahora las veo de otra manera.

Desde que ganó las elecciones presidenciales de 2018 —en realidad, desde mucho tiempo antes—, el presidente López Obrador se comprometió a cambiar a México para regresarlo al sistema previo al neoliberalismo, pero conservando lo que sí funcionó, como la apertura comercial, desde luego con restricciones importantes, o inclusive la orientación hacia la economía de libre empresa, pero con intervención del Estado y ya no más basando la competitividad en los bajísimos salarios.

Con 82 cambios Andrés Manuel López Obrador pretende dejar atrás lo que construyeron seis presidentes con casi 500 cambios a la Constitución.

No sé si tendrá éxito don Andrés Manuel, espero que sí. Y, desde luego, espero también que su sucesora, la presidenta Sheinbaum, sepa aterrizar todas las reformas de AMLO sin generar excesivos sobresaltos. No estamos ya para las emociones fuertes, y creo que Claudia lo entiende.

Si la Constitución cambia, entonces el tribunal constitucional mexicano deberá garantizar su supremacía tal como quede después de las propuestas de última hora de AMLO que salgan adelante. ¿Lo hará? Si se da el caso, será su obligación.

Por cierto, una diferencia entre las reformas de AMLO y muchas de los que hicieron anteriores presidentes es la legitimidad democrática. Andrés Manuel ganó a la buena, con una gran mayoría de votos limpios a su favor. Los otros no pueden presumir lo mismo, sobre todo Salinas y Calderón que llegaron al poder debido a los más escandalosos fraudes electorales de la historia.

Se le tendrá que reconocer a AMLO que todo lo hizo con votos. Será el caso de Sheinbaum, según todas las encuestas serias en las que ella supera al menos tres a uno a su rival de oposición.

Columna de Federico Arreola en SDP Noticias

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