Si Jill Biden ama a Joe ya no debe consecuentarlo, pues, a medida que pasan los días, el presidente de EU muestra que es incapaz como candidato e incluso para seguir gobernando
“Jack and Jill went up the hill
To fetch a pail of water.
Jack fell down and broke his crown,
¿Cuántas veces hemos escuchado que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer? Tantas como hombres importantes han habido; casi el mismo número de veces que esposas, parejas, amantes han quedado en el olvido o relegadas… Pero hoy tenemos, para mal, un caso —hombre y mujer— que no puede ni debe ser olvidado.
Joe Biden podría ser recordado como uno de los peores presidentes de Estados Unidos. Y no porque así se haya referido a él Donald Trump en el debate de hace un par de semanas, sino por algo mucho más simple: por no querer bajarse de la contienda en busca de su reelección; por haber sido un personaje empecinado, incoherente, descoordinado, soberbio, que hizo ganar al originario de Queens, Nueva York. Y a ella, me refiero a Jill Biden, por no haber convencido a su marido, un hombre viejo y enfermo, de renunciar a tiempo.
Sí, créanlo o no, ese tipo de decisiones se hacen en pareja y en la privacidad de la alcoba.
Nada importará que Biden haya logrado que la inflación de Estados Unidos no se tornara en hiper inflación. Tampoco importará la labor que hizo para reforzar las instituciones tan vapuleadas por su antecesor o por haber retomado el compromiso de disminuir los gases invernadero. Todas las acciones correctas que Biden llevó a cabo quedarían empañadas por la bruma mental de su cabeza que lo hace continuar cuando ya no está apto para desempeñar el trabajo más complejo del planeta.
Las confusiones que tuvo ayer son escandalosas (a Zelensky, presidente ucraniano, lo tomó por Putin; a su rival, Donald Trump, por la vicepresidenta Kamala Harris).
Y de nuevo, no lo digo tanto por las pifias en sí, sino porque se suman a otras muchas recientes. Lo expreso de otra manera: un aguacero no es igual cuando le antecedió una sequía, a que llueva sobremojado.
El escenario al que ese par —me refiero al matrimonio Biden— lleva a los electores estadounidenses es lamentable. La candidatura del demócrata —su considerable deterioro físico— hace que incluso sus correligionarios comiencen a decantarse por el aspirante a dictador.
El primer debate presidencial y la alocución que hizo el presidente estadounidense este jueves han servido para dejar ver a una persona en una espiral de decadencia. No, no siempre la edad confiere mayor sabiduría. Y sabiduría y sentido común es lo que le ha faltado a la señora Biden, ya que es ella y únicamente ella, la que podía y debía haberle hecho ver a él la realidad de su situación.
Quizá es injusto, pero la vida pocas veces es justa. Y al igual que no se culpa a los enfermos de las decisiones y acciones que toman, la historia no culparía a Biden de su decisión. La única culpable terminaría siendo ella.
Hoy más que nunca esto es cierto para Jill Biden: si ama a Joe, ya no debe consecuentarlo. Ella está permitiendo que su pareja vaya al matadero, arrastrando a su país al precipicio. Si ella está convencida —como muchos cientos de millones de individuos norteamericanos y extranjeros— que Trump en la presidencia estadounidense sería lo peor que podría ocurrir, debe de hacer ver a su marido que esta es la ultima oportunidad para que otro contendiente del partido demócrata intente la proeza de derrotar al anaranjado personaje.
Lo que es más, si ama a su marido es menester se dé cuenta también de que quizá pronto, muy pronto, ya ni siquiera será suficiente que este se retire de la contienda. A Biden le podrían achacar que se debió retirar de la presidencia en este preciso instante por ya no ser capaz para desempeñar el cargo. Sí, el problema —el mayor— es que, a punto de cumplir 82 años, a medida que pasan los días y las horas, Biden muestra de forma cada vez más clara su incapacidad ya no solo de contender por un segundo período, sino incluso de continuar gobernando.
En los Estados Unidos existe la figura de vicepresidente; se recurre a ella en caso de que el presidente no pueda desempeñar su encargo.
La gran poetisa mexicana Rosario Castellanos sostenía que “matamos lo que amamos, lo demás no ha estado vivo nunca... ¡Qué cese ya está asfixia de respirar con un pulmón ajeno!… damos la vida sólo a lo que odiamos”.
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Columna de Verónica Malo en SDP Noticias
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